lunes, 14 de febrero de 2011
miércoles, 9 de febrero de 2011
Goethe. "La metamorfosis de las plantas". 1790
Te disturba, oh amada, la mezcla de miles
de flores aquí y allá en el jardín;
muchos nombres escuchaste, y siempre suplanta,
con bárbaro sonido, el uno al otro en el oído.
Todas las formas son análogas, y ninguna se asemeja a la otra;
así indica el coro una ley oculta,
un sagrado enigma. ¡Oh, si yo pudiese, querida amiga,
transmitirte al instante la feliz palabra que lo desvela!
Observa en su devenir cómo la planta poco a poco,
gradualmente guiada, se forma en flor y fruto.
Se desarrolla a partir de la semilla, apenas de la tierra
el seno que fecunda en silencio le da la vida,
al estímulo de la luz sagrada, eternamente moviente,
la delicadísima estructura de las hojas que nacen encomienda.
Yace en la semilla la fuerza simple: un modelo incipiente,
cerrado en sí mismo, replegado bajo el envoltorio,
hoja, raíz y brote, sólo medio configurado y sin color;
así el grano seco conserva a cubierto la vida serena,
que irrumpe hacia lo alto, se confía a la humedad benigna,
y de la noche circunstante surge.
(...) En círculo se ponen ahora, contadas y sin número,
las hojas más pequeñas junto a sus semejantes.
Alrededor del eje hinchado se define el cáliz que esconde,
y a la forma más alta prodiga coronas de color.
Himeneo ronda por allí, y magnífica fragancia, con fuerza,
dulce olor, afluye, reavivándolo todo alrededor.
Ahora aislados se llenan gérmenes infinitos
envueltos en el seno materno del fruto que se hincha.
Y aquí el anillo de las fuerzas eternas de la naturaleza se cierra...
vuelve ahora, oh amada, la mirada al abigarrado hormigueo;
verás como tu mente ya no se confunde.
Toda planta te proclama ahora leyes eternas.
Toda flor conversa claramente contigo.
Roger Caillois. "Mitología del pulpo"
“Aparte de esta mención, que queda aislada, en la antigüedad, el pulpo no parece haber producido ni pavor ni repugnancia. Observan que adapta su color al fondo sobre el cual reposa. Así, pasa por un modelo de cautela y sagacidad. Un padre da a su hijo llamado Anfiloquos, que sale para el extranjero, el consejo de imitar la conducta del cefalópodo y de aprender a ajustarse a las costumbres de los países que recorra. Teognis de Megara incita a la misma circunspección: “Imita el espíritu del pulpo con sus numerosos repliegues, que toma el color de la peña en la que se asienta. Aférrate un día a una, al siguiente cámbiate de color. Más vale acomodarse que permanecer intransigente”. Ateneo cita una máxima de Euripolis según la cual “un hombre que dirige los asuntos del Estado debe, en su modo de actuar, imitar al pulpo”. Opiano, en su poema didáctico sobre la pesca, expone más ampliamente la doble ventaja de semejante mimetismo: “Nadie ignora el arte que emplean los pulpos: poniéndose iguales a las peñas a las que se amoldan, aplican en ellas sus brazos. Confundiendo así a los pescadores y los peces de mayor tamaño que ellos, logran escapárseles. Cuando se encuentran con un pez pequeño, abandonan su forma, su apariencia de piedra, y resurgen en la de pulpos y de seres vivientes; por esa destreza, cobran alternativamente un aspecto distinto y escapan de la muerte”. En otras palabras, con la misma trampa, engañan a sus enemigos y consiguen su alimento. Plutarco presenta al pulpo como un modelo de coraje y entereza, porque es difícil arrancarle al lugar donde se ha pegado.”
P.19-20
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