jueves, 3 de marzo de 2011
Hans Bellmer. "Machine Gunneress in a State of Grace". 1937
Esta escultura transforma el automatismo en un insecto, cuya efusión de energía libidinosa se concentra en el impulso imparable de una máquina castrante, insensible e implacable. Caillois presenta la criatura en un escalofriante retrato del doble mecánico de la vida, de la simulación androide del ser vivo. Una de las misteriosas cualidades de la mantis, empieza a decir, es cómo se defiende de los predadores, "haciéndose la muerta". Rígida, inmóvil, espectral, la postura de la mantis en la vida es el mimetismo de lo inanimado. Pero su impulso mimético no se detiene en la defensa del organismo, continúa Caillois, pues, incluso decapitada, la mantis religiosa sigue en actividad, representando así una danza de la vida horriblemente robótica. "Lo cual quiere decir -escribe Caillois- que sin contar con ningún centro de representación y de acción voluntaria, puede andar, recobrar el equilibrio, copular, poner huevos, construir un nido, y lo que es más asombroso, cuando se halla en peligro, puede fingirse inmóvil como un cadáver. Expreso así de forma indirecta algo que el lenguaje apenas puede describir, ni la razón asimilar, a saber, que una vez muerta, la mantis puede simular la muerte." Siendo un doble, en este sentido lindante entre la vida y la muerte -no como barrera o señal de diferencia, sino como la más porosa de las membranas, a saber, la que permite la mutua contaminación de ambos lados-, la mantis, como el androide, como el robot, como quien sufre un ataque de epilepsia, es mensajera de lo oculto, embajadora de la muerte. Al igual que la muñeca, afirma Freud.
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